Locales
14/01/2024 - 08:30:54



He venido para que tengan vida: “Acompañar, amar y desaparecer”


Por Obispo Monseñor Hugo Santiago


Evangelio de Nuestro Señor Jesucristo según San Juan (Mc 1, 35-42)

“Estaba Juan Bautista con dos de sus discípulos y, mirando a Jesús que pasaba, dijo: ‘Este es el Cordero de Dios’. Los dos discípulos, al oírlo hablar así, siguieron a Jesús. Él se dio vuelta y, viendo que lo seguían, les preguntó: ‘¿Qué quieren? Ellos le respondieron: ‘Rabbi –que traducido significa Maestro- ¿dónde vives? ‘Vengan y lo verán?, les dijo. Fueron, vieron dónde vivía y se quedaron con Él ese día. Era alrededor de las cuatro de la tarde. Uno de los dos que oyeron las palabras de Juan y siguieron a Jesús era Andrés, el hermano de Simón Pedro. Al primero que encontró fue a su propio hermano Simón, y le dijo: ‘Hemos encontrado al Mesías’, que traducido significa Cristo. Entonces lo llevó a donde estaba Jesús. Jesús lo miró y le dijo: ‘Tú eres Simón, el hijo de Juan: tú te llamarás Cefas’, que traducido significa Pedro”. Palabra del Señor.

Quien ama acompaña

Terminamos el tiempo de Navidad y la liturgia comienza el tiempo durante el año presentándonos a Juan Bautista, a dos de sus discípulos y a Jesús. Una vez más llama la atención la humildad de Juan Bautista, que se desprende de dos de sus discípulos diciéndoles: “Este es el Mesías Salvador, síganlo a Él, mi misión era llevarlos hasta Él”. Para todos los tiempos esta actitud de Juan Bautista nos deja una enseñanza: la tarea de padres, docentes, sacerdotes y de todos los que se hacen cargo de otra persona con amor y responsabilidad, es guiarlos hacia todo lo verdadero, lo bueno, lo bello, hasta Dios, y luego desaparecer, quedar como referentes, pero dejar que hagan su camino en libertad. Desprenderse de quienes hemos acompañado durante años no es fácil, pero en un cierto momento hay que hacerlo para no impedir que la persona realice el proyecto de vida que quiere hacer en libertad. Los acompañantes les dimos lo mejor de nosotros mismos y tenemos que vencer la tentación de retener, de imponerles nuestro propio proyecto, de lo contrario fracasaríamos como padres, docentes o acompañantes.

Quedar como referentes

En una oportunidad dos padres fueron a un monasterio a pedirle consejo a un monje porque sus hijos jóvenes, a quienes les habían dedicado lo mejor de sí y les habían enseñado todo lo que era verdadero y bueno, estaban un poco extraviados, no seguían las enseñanzas transmitidas, al menos como los padres hubieran querido. El monje miraba por la ventana del Monasterio que estaba en una zona de montañas, sin responderles. En un cierto momento los invita a mirar y les pregunta ¿qué ven? Los padres le respondieron: “una burra atada y sus burritos que aparecen y desaparecen trotando por la montaña”. El monje le respondió: “ahora ustedes tienen que ser como esa burra atada”. “Ser referentes” es la respuesta cuando los hijos son jóvenes y han abandonado el hogar para irse a estudiar o a trabajar a otro lugar tomando distancia de la casa paterna. La actitud verdadera es seguir ofreciendo de manera incondicional un lugar que siempre los recibirá y los contendrá. A veces los padres de hijos adultos tenemos que aprender a sufrir en silencio porque nuestros hijos han herrado el camino, se han lastimado, pero no quieren que nos “metamos” demasiado. Aconsejar si nos lo piden y si no, seguir ofreciendo un clima de hogar, un lugar de “sanación”, de sosiego al “hijo pródigo” que ha vuelto después de malgastar los bienes que les dimos, seguramente arrepentido y dolido por el error, a veces esclavo de la droga o el alcohol, pero lastimado por dentro, aunque no lo confiese. Lo típico de los padres es el amor incondicional, gratuito, que no pide lo mismo que dio, que sin dudas desearía el retorno del afecto y el reconocimiento, pero que no deja de amar si la respuesta de amor no se da, en todo caso, si el reconocimiento no se da el amor y la entrega siguen, aunque acompañada de dolor; en eso nos parecemos a Dios. Buen domingo.

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