Sebastián Arias Guesalaga
Lic. en Ciencia Política
Profesor Universitario
Al Cautivo, en el mes 5 de su legal (?) reclusión.
La Argentina se encuentra ante un ciclo político inusual. En diciembre del 2023, hace poco más de 4 meses se constituía un gobierno que había roto las espectativas de aquellos que desde sus cómodas poltronas auguraban la continuidad, discursivamente por derecha o por izquierda, de aquellos que garantizaban el status quo de la praxis política frecuente desde el retorno a la democracia en 1983.
Ese nuevo gobierno, que encabezó casi en soledad Javier Milei, constituyó decimos una rara avis en el espectro político argentino. El fracaso innegable de la vieja guardia, que dejaba a más del 40% del país bajo la línea de pobreza había roto la confianza en los discursos llenos de consignas que, a fuerza de repeticiones se habían vuelto vacías. Pues la realidad del mito del Estado presente (con perdón de Cassirer) estaba allí, tangible, observable y sufriente: en la provincia más rica de la Nación, 6 de cada 10 chicos tenían hambre.
Milei supo aprovechar muy bien la oportunidad política. Maquiavelo básico. Una sociedad que durante décadas se había mostrado reacia a las ideas de la libertad, de pronto comenzó a prestar
atención a los dichos “políticamente incorrectos” de un economista devenido en panelista de varios programas televisivos que no decía nada nuevo, pero que lo decía de manera diferente. Allí es donde reside probablemente el éxito principal de Javier Milei: supo comunicar. Vio el enorme potencial de las redes sociales y comenzó a utilizarlas para llevar adelante su mensaje, sacó ventaja en ese lugar donde hoy transcurre gran parte de la vida social: las redes y (si se me permite la generalización) lo virtual.
Los políticos de estructuras más tradicionales, comprendieron tarde y mal que no es una plaza llena de personas, que en muchos casos ni siquiera saben reconocer el motivo que los congrega, por donde pasan las demostraciones de fuerza política en la actualidad. Continuaban entendiendo lo político en su versión analógica, Milei lo hizo en clave digital, “¡Leguizamo solo nomás!” se podría haber escuchado en las gradas del mundo burrero de Palermo, si se me permite una analogía con reminiscencias familiares. Esa carrera el economista la ganó de punta a punta.
Esa nueva estética y forma de comunicar, sumadas a esa “mezcla de rabia de dolor, de fe y de ausencia” (de las que nos hablaba Discepolín en su inmortal El choclo), dieron forma a un presidente inusual. Alguien que pretendía conducir al Estado Nacional, considerando al mismo Estado como el problema principal para el desarrollo del máximo potencial de la personal y con ella de la comunidad que la contiene. Un presidente que advirtió que en caso de ser elegido llevaría adelante el plan de ajuste más importante que se haya visto en las últimas décadas. Un presidente que no tuvo pelos en la lengua para reivindicar las políticas públicas llevadas adelante en los años 90 del siglo XX y con ella la consecuente reivindicación post mortem de Carlos Menem. Un presidente, dicen muchos, loco. Pero de esa locura que es amada por la suerte, como escribió Erasmo de Róterdam “la fortuna ama a los insensatos, a los más arriesgados, a los que apuestan todo a una carta”.
Pero Milei no es un loco con suerte, más bien debemos comprenderlo como el exponente de
una sociedad cansada.
Hace unos días atrás conversaba con una colega politóloga acerca de las formas y la sustancia (ousía) del gobierno. En la mirada de mi respetada colega el presente se constituye como una reedición cool del menemato. En mi opinión, la actualidad es mucho más compleja y dura. En este caso no se trata de un político peronista converso al liberalismo, como lo fue Menem, que siempre priorizó “lo político” por sobre “lo económico”, sino que nos encontramos frente a una conducción que hace política para el logro de objetivos económicos. Hay una inversión de los términos que afectan toda la operación.
El presidente cumplió su principal promesa de campaña, iba a direccionar al país hacia un ajuste de shock. Hoy los bolsillos de los sectores medios han sido golpeados como pocas veces en la historia reciente. Sin embargo, las medidas tomadas por el ejecutivos gozan aún de un amplio respaldo popular. Es un fenómeno sumamente atípico, en especial para los que adhieren a la idea de que la “principal víscera del ser humano es el bolsillo”. Y para explicar esta situación aparece una vez más la comunicación, pero no ya sola, como en campaña electoral; ahora sumada a la acción. El gobierno nacional ha sabido manipular hábilmente la herencia recibida.
El gobierno de Alberto Fernández, Sergio Massa y (quizás sobre todo) Cristina Kirchner fue a la luz de los resultados tal vez no sólo el peor de nuestra historia democrática, sino de toda nuestra historia. Los excesos cometidos en nombre de “la justicia social” terminaron vaciando de contenido a uno de los conceptos centrales del dogmatismo peronista. La aparición de un aparente negociado detrás de cada política pública emprendida por el gobierno anterior, se tornó tan vergonzante para los propios dirigentes responsables de ese período que resolvieron transformar al autoexilado ex presidente Fernández en el Chivo Expiatorio y de manera consecuente condenándolo, parece ser, a la soledad de los fracasados.
Pero decíamos que es la apariencia de honestidad y voluntarismo que emana del gobierno de Milei lo que se transforma en el principal sostén político de su gobierno. La promesa de luchar contra ese indefinido sujeto “la casta” le sirve de plafón excepcional para la toma de medidas excepcionales y de un sabor inmediato amargo, con la promesa de que con el paso del tiempo serán las bases del desarrollo.
Es también un gobierno que se encuentra profundamente convencido del rumbo que tomó.
No hay fisuras. No hay grietas. El mileísmo es verticalista. Esa sensación de seguridad en la dirección adoptada para dar forma al accionar político transmite también cierta tranquilidad a quienes son guiados, pues nadie sigue a quien no sabe a donde va.
Podemos afirmar sin lugar a dudas que estamos frente a una crisis, pero una crisis que como se ha dicho tiene características singulares y me parece más que oportuno citar aquí las palabras del
enorme sociólogo Gino Germani que en el prólogo para la edición castellana de la obra “El miedo a la Libertad” de Erich Fromm, nos referencia que “ la crisis actual no es la expresión del destino inevitable de la especie humana; por el contrario, es una crisis de crecimiento, es el resultado de la progresiva liberación de sus inmensas potencialidades materiales y psíquicas; el hombre se halla en el umbral de un mundo nuevo, un mundo lleno de infinitas e imprevistas posibilidades; pero está también al borde de la catástrofe total. La decisión está en sus manos; en su capacidad de comprender racionalmente y de dirigir según sus designios los procesos sociales que se desarrollan a su alrededor”. Se trata, quizás entonces de ponernos los pantalones largos y asumir que lo hasta aquí realizado por décadas tiene un costo que como sociedad debemos afrontar. Fuimos crédulos, quizás. Fuimos cómplices, también.
Agur Agur