Desde su nacimiento, en la lejanía que para nosotros representa el Ática, la democracia está signada y definida por los principios de participación y compromiso. En algún momento no definido por la Historia los hombres de aquella región griega decidieron ser los artífices de sus propios destinos y tomar las riendas del gobierno a partir de la ocupación efectiva del espacio público.
La organización política propia de los griegos era la polis, especie de ciudad estado, donde los asuntos que se abordaban eran los propios de la ciudad y asimismo los propios de lo que hoy denominaríamos niveles organizativos superiores del Estado –nacional, provincial-, es decir, en la polis se debatía sobre el cuestiones de higiene pública como así también sobre cuestiones de la defensa, moneda o comercio.
Es cierto que la democracia griega –ateniense en particular- pertenecía al género de lo que hoy llamaríamos democracias restrictivas, pues sólo habilitaba al sufragio a los hombres, de padre y madre atenienses con propiedad en la ciudad. Hoy más de dos mil años después, la esencia de esta forma de gobierno, nacida para poner coto a los abusos sin control de los reyes –devenidos en tiranos- , continúa siendo la expresión del integrante de la comunidad en la esfera de lo público.
Cuando se piensa en la democracia como forma de gobierno, muchas veces se nos olvida que también constituye una forma de vida, como señalara Alexis de Toqueville hace un siglo y medio. Esto significa que una vida democrática es la que nos permite ser parte de la construcción de nuestra comunidad. Pero una construcción seria implica necesariamente responsabilidad, término que se suele olvidar al momento de pensar nuestra vinculación con el espacio que nos rodea. No hay democracia si no existe la asunción de nuestra responsabilidad ciudadana.
Formar parte de una comunidad democrática implica que el entramado institucional que se da para la administración y el ordenamiento de las cosas comunes son producto de la interacción de sus integrantes. La instauración de la democracia no se limita al momento de la formulación de las instituciones que han de ordenar dicha comunidad, sino que se encuentra incompleta si no existe un permanente compromiso de observación y vigilancia sobre el funcionamiento de dichas instituciones. Si bien se crean instituciones de contralor de aquellas que deben administrar la cosa pública, es un dejo de abandono ciudadano desprendernos de la vigilancia que desde nuestro lugar de ciudadanos debemos ejercer.