Interes General
07/01/2024 - 10:15:43



He venido para que tengan vida: “El Bautismo del Señor”


Columnista | Obispo Monseñor Hugo Santiago

Evangelio de Nuestro Señor Jesucristo según San Marcos (Mc 1,7-11)

“Juan Bautista predicaba, diciendo: ‘Detrás de mí vendrá el que es más poderoso que yo, y yo ni siquiera soy digno de ponerme a sus pies para desatar la correa de sus sandalias. Yo los he bautizado a ustedes con agua pero Él los bautizará con el Espíritu Santo. En aquellos días, Jesús llegó desde Nazaret de Galilea y fue bautizado por Juan en el Jordán. Y al salir del agua, vio que los cielos se abrían y que el Espíritu Santo descendía sobre Él como una paloma; y una voz desde el cielo dijo: ‘Tu eres mi Hijo muy querido, en ti tengo puesta toda mi predilección”. Palabra del Señor

Un hombre nuevo

El gran protagonista del bautismo de Jesús como del nuestro es el Espíritu Santo que se une a nuestro espíritu haciéndonos hijos de Dios y hermanos entre nosotros. La palabra “bautismo” significa “sumergirse”, “irse a pique”, y significa que muere nuestro “hombre viejo”, el hombre que prescinde de Dios, el individualista, el dominador, y nace un “hombre nuevo”; el hijo de Dios, el hermano, el servidor, el que mira la vida bajo el prisma del amor. El bautismo es como un “trasplante de corazón”: Dios nos saca el corazón de piedra, incapaz de amar, y nos da un corazón de carne, sensible a sus gestos de amor y solidario con los que nos rodean. El Espíritu es signo de vida. El libro del génesis dice que Dios hizo al hombre, “sopló” sobre él, y el hombre fue un ser viviente; ese “soplo” es el Espíritu; por lo tanto, el Espíritu Santo tiene que ver con todo lo bueno que nos causa alegría, entusiasmo, creatividad, valentía, amistad, en fin, vida en abundancia.

Dios es Padre

Por otra parte, en el bautismo de Cristo, se escucha la voz de Dios Padre que dice: “Este es mi hijo amado, en quien tengo mis complacencias”. Sentir que Dios es nuestro Padre y nos ama, tiene una enorme repercusión en nuestra vida. Dice hermosamente el Salmo 139: “cuando me iba tejiendo en el seno de mi madre, tus ojos lo veían”. El Padre es el que hizo que naciéramos y creciéramos en el seno de nuestra madre; es el que comienza un diálogo de amor con nosotros, diciéndonos: “yo quiero que vivas, que seas mi creatura, mi hijo”, “quiero que seas digno de existir y de amar”. Por eso la Biblia dice que Dios nos hizo “a su imagen y semejanza”; porque nos dio una inteligencia y un corazón como el de Él, capaz de darnos cuenta de que la existencia que nos regaló es un inicio de diálogo y de amistad que espera respuesta; es como cuando nuestros padres, colaborando con Dios, nos trajeron a la vida, como bebes nos cuidaron y alimentaron, diciéndonos “papá”, “mamá”, y cuando dijimos por primera vez: “papá”, “mamá”, los desarmamos de amor y de ternura, porque esperaban ansiosamente esa respuesta. Allí comenzó nuestro diálogo con ellos marcado por una iniciativa y una respuesta. Así tiene que ser con Dios, así espera el Padre del Cielo que hagamos con Él, cada día. Que lo reconozcamos cuando nos despertamos y volvemos a ver, a comunicarnos con los seres queridos, en fin, cuando volvemos a vivir. Dios quiere estar presente en nuestro corazón, quiere escuchar el “gracias Padre por la vida, por la salud, por los seres queridos que me rodean y me complementan, gracias por la salud, el trabajo”.

Somos sus hijos queridos

Finalmente, el Padre le dice a Cristo: “este es mi hijo amado, en quien tengo mis complacencias”. Cuando somos bautizados, Dios nos dice lo mismo a cada uno de nosotros: “tú eres mi hijo amado”, y nos llama a vivir y a tener los sentimientos de Cristo. La misión de Cristo y la nuestra, siguiéndolo a Él es mostrar al mundo que Dios es Padre y nos ama. Cristo, con palabras y gestos es el comunicador de un gran amor, el amor de Dios que viene a nosotros; Él sabe dónde nos duele y como sanarnos, un botón de muestra es cuando resucita al hijo de la viuda de Naim; Jesús se da cuenta que esa mujer era viuda, que tenía un único hijo que la sostenía y que se le había muerto; con gran ternura le dice: “no llores” y luego resucita a su hijo. Así hace Cristo con nosotros cuando la vida nos ha lastimado; enjuga nuestras lágrimas y nos resucita, nos devuelve las ganas de vivir, la alegría y la esperanza. Este es nuestro Dios: Padre, Hijo y Espíritu Santo. Buen domingo.

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