Por Nicolás Pastocchi
Que el Estadio San Nicolás le da un tinte especial a cada definición no hay dudas. Y allí llegó por primera vez General Rojo Unión Deportiva, con toda la ilusión de un pueblo a cuestas.
Enfrente, el gran La Emilia, con jugadores importantes y que venían de un enorme año, porque no sólo es Campiotti, también Chávez, Godoy, Merello y Britos, acaso el más destacado de su equipo en la final.
Pero el Chacarero, de la mano de Maldonado, Tilli y el capitán Ricardo Sabedra, construyó una muralla. Los obreros fueron los pibes: Décima, Befart, el todoterreno Galván y el sorprendente Borda, clave en los dos goles.
Bersano, que no estaba para jugar, no solo jugó, sino que fue el socio de todos, además la pegada de Fornillo fue sutilmente exacta. Rojo se sacrificó en cada centímetro de ese maravilloso estadio. Y fue certero. La contundencia es una virtud.
El primero, nació del trabajo de Yaworski y una jugada preparada para que Tilli, de cabeza defina. El segundo, fue para mostrar que la justicia divina existe, Joaquín Gascón, que dejó la piel por el equipo, atajando en dos partidos por la falta de arqueros, sentenció el 2 a 0 final.
General Rojo, que llevaba nueve años sin festejar, que pasó momentos complicados y que encontró de la mano de una dirigencia joven, respaldados por algunos experimentados, un camino. Diego Yaworski y cuerpo técnico lo terminaron de moldear y hoy grita bien fuerte Campeón.
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